
1 enero 1970 | Intress
Un artículo de Meritxell Campmajó, directora del programa de Mesuras Penales Alternativas.
Ayer comí con 6 personas. 5 mujeres y 1 hombre. Durante la comida hablamos de la violencia sexual. Las 5 mujeres, todas, contamos episodios vividos en primera persona de situaciones donde se nos había agredido, intimidado, violentado… nuestro compañero no puedo explicar ninguna. Además, las 5 pudimos exponer no solo una, sino más de una situación, y todas vividas en primera persona. Y, además, ninguna de nosotras se identificaba como una víctima de violencia sexual.
¿Lo hemos normalizado? Hemos interiorizado que encontrarse con un exhibicionista, que te toquen el culo sin permiso, que te pongan la mano dentro del saco de dormir mientras duermes en una tienda de camping en unos campamentos, que hayas de saltar de un coche en marcha aprovechando un semáforo porqué el conductor te está haciendo preguntas demasiado íntimas y te coge miedo… ¿hemos interiorizado que esto no es violencia sexual? Pues lo es.
Nuestro compañero no pudo explicar ninguna situación similar a la nuestra. Y mientras nos escuchaba iba cambiando la cara. Estaba sorprendido, perplejo y medio avergonzado de escuchar esos relatos, protagonizados por hombres. Lo estábamos contando como si fueran anécdotas, batallitas vividas… como aquel que cuenta que de pequeña hacía castillos de arena en la playa. ¡No puede ser! Pero conforme iba avanzando la conversación, los episodios relatados empezaban a ser más graves. E íbamos tomando conciencia de la gravedad. Y ninguno de nosotros se había imaginado la posibilidad de denunciar ninguno de estos hechos. Por este motivo, la cifra es tan difícil de calcular.
Quizás no es un tema muy agradable de hablar durante una comida de trabajo, pero es útil. Para nuestro compañero fue muy revelador escuchar que todas, todas, sus compañeras de trabajo habían sufrido violencia sexual. I empezó a preguntarse si las mujeres de su entorno también lo habían vivido y él aún no era consciente.
Y conectó con que nos habían educado de forma diferente. Porque os aseguro que no creces igual teniendo miedo de que en algún momento alguien te pueda agredir sexualmente que si creces sin este miedo. Yo soy mujer, y no se que es andar sola por la calle de noche sin tener miedo. Un miedo, la mayoría de veces imaginario, poco real, pero hemos crecido con él y hoy en día las mujeres siguen creciendo así. Y esto no lo podemos negar.
Los agresores sexuales no son monstruos, no tienen los ojos rojos ni cuernos en la cabeza. La gran mayoría convive tranquilamente entre nosotros, criándose bajo un patrón educativo patriarcal, escuchando las bromas y chistes sobre mujeres a quien las pueden tachar de inferiores, sintiéndose supuestamente más fuertes y compitiendo por sus auto – atribuidas conquistas, pensando que serán impunes porqué “total, por tocarle el culo no pasa nada”. I llegará el día en que encontrarán lo que ellos consideran o han considerado falsamente como una oportunidad y actuarán. Y quizá no serán conscientes de que han agredido sexualmente a una mujer. Algunos hombres piensan que tienen la fuerza y por lo tanto, tienen derecho a ejercerla. Y esto es muy grave.
Muchos hombres pero, criándose igualmente entre patrones similares, valoran, respetan y quieren a las mujeres, por lo tanto, es posible educar en el amor y es posible no agredir sexualmente. Se puede NO agredir. Y como sociedad debemos poder construir juntos un nuevo modelo de masculinidad, que vele por la igualdad real e impulsar a los hombres – que son motor de cambio y que son capaces de parar el modelo patriarcal-, a quien no les hará gracia el chiste vejatorio. Los que no ven una oportunidad sino que ven una mujer. Incluso los que banalizan el hecho por miedo a preguntar o por miedo a tener que asumir cambios.
Pero además, ya no vale decirles a las niñas que se protejan y que si ven a un exhibicionista, se vayan corriendo. No vale explicar que si alguien les pone la mano dentro del saco deben apartarse y no decir nada, y que no se pongan faldas cortas ni vuelvan solas de noche… pero, ¿qué estamos haciendo?
Lo que hace falta es decirles, tanto a los niños como a las niñas, que en el sexo, como en la vida, se deben respetar mutuamente. Y que si un compañero les pone la mano dentro del saco hablen con el monitor, y que si alguien les toca, se encaren, le digan que no y si conviene, alerten a seguridad o al camarero del bar. Que si las intimidan dentro de un coche, apunten la matricula y pongan una denuncia, y que si les piden fotografías de ellas desnudas en internet digan que no…
Después de comer y acalorados en el diálogo pedimos cafés, y ya en ese momento percibí que alguna cosa nos removería de esa conversación. Cada uno nos fuimos a casa. Y yo, estando en el tren decidí compartir públicamente esa comida y las reflexiones que hicimos. Porqué ahora viene la Navidad y porqué llega la esperada o temida cena de navidad. Y, quizá no es un tema de conversación muy oportuno para hablar durante la cena, pero, si lo hacéis, os aseguro que será útil y sobretodo muy revelador. Y si como hombres, si en algún momento sentís vergüenza del que os están contando, es que ha llegado el momento de hacer cambios.