Hace unas semanas se hizo pública la sentencia de La Manada y las calles y las redes sociales se llenaron de palabras. Después de dos días, la periodista y escritora Cristina Fallarás iniciaba una campaña con el hashtag #Cuéntalo, donde miles de mujeres hicieron públicas las historias de violencia vividas, mayoritariamente en primera persona, pero también en nombre de las que ya no las podían explicar . El mundo se llenó de palabras contra la violencia patriarcal. Personalmente, enmudecer.
Leyendo cada tuit, cada historia, cada artículo, he podido conectar con el dolor, la rabia, el miedo de cada una de las personas que los escribía y he resignificado muchas de mis experiencias silenciadas, poniendo nombre a los episodios y mirando a la cara. En algún momento, revisando cada uno de estos episodios, cada vez, me he preguntado: ¿de dónde nace este silencio?
El primero de estos silencios se remonta a cuando tenía aproximadamente 11 años. Por primera vez fui consciente de que era vulnerable, que mi cuerpo podía ser considerado un objeto y que no siempre se tendría en cuenta mi voluntad. El miedo me paralizó. Incapaz de detener nada de lo que pasaba esperé que fuera al día siguiente para cargar la culpa, el miedo, la vergüenza y el asco y llevarlas a la primera adulta de confianza que tenía a mi alcance, para que me explicara qué tenía que hacer de todo aquel peso. La respuesta fue clara: lo que me había pasado no era importante porque no tendría consecuencias, era, efectivamente, vergonzoso, porque no lo explicaríamos a nadie más y había pasado porque yo no lo había detenido. Aquella historia no fue explicada, nunca llegó a casa. El silencio, en cambio, se instaló.
Durante el primer trimestre de 2018, de acuerdo con los datos del Ministerio del Interior, en España se denunciaron 4 violaciones cada día, 1 cada 6 horas. La cifra es tan alarmante que nos parece que hemos descubierto un nuevo fenómeno, pero el sentido común nos lleva a pensar que las denuncias aumentan porque los silencios están rompiendo. Ahora bien, ¿cuál es el precio de romper el silencio?
Si revisamos el proceso por el que pasa alguien cuando denuncia una agresión sexual encontramos, por sistema, el cuestionamiento continuo. Sí, por sistema. Por sistema deberá explicar un mínimo de 4 o 5 veces lo que le ha pasado. Por sistema deberá dar explicaciones sobre dónde estaba, qué hacía, cómo vestía, de que conocía a esa persona o si cuando decía que NO, lo dejó bastante claro. Por sistema, y en nombre del sistema, deberá demostrar que lo que intenta superar, que quiere borrar o que la paraliza, efectivamente pasó. Gracias al sistema pasará horas sola sin entender ni decidir qué pasa, mientras a su alrededor, la gente que la quiere no sabrá cómo mirarla ni qué decirle. Y cuando al cabo de un tiempo le parezca que ya se ha terminado, el sistema la citará de nuevo para que se enfrente a las palabras que pudo utilizar y le preguntará si eran verdad, en nombre de la justicia.
Romper el silencio hoy sale muy caro. Supone exponerse al maltrato institucional, al estigma social que dicta cómo debe ser una mujer violada ya un proceso que, demasiado a menudo, se basa en mitos y falsas creencias sobre el funcionamiento de la memoria y las reacciones humanas al miedo .
El problema es social y grave, las cifras hablan por sí solas. Tan social y tan grave que es responsabilidad de todos y, por tanto, no puede recaer en las mujeres la presión de solucionarlo. Esto no se soluciona porque más mujeres denuncien, del mismo modo que no denunciarlo no nos hace culpables. No es imprescindible romper el silencio, lo que es esencial es que no haya más agresiones, que tejemos una respuesta social respetuosa, justa, reparadora a la altura de quien pueda y quiera romperlo, y que estemos siempre dispuestos a escuchar y preparados para acompañar. No nos podemos fijar como objetivo que aumenten las denuncias si no nos aseguramos, al mismo tiempo, que denunció conducirá a un espacio de seguridad donde la mujer sea reparada y no dañada. Y si algún día lo conseguimos, y aún así hay quien no quiere denunciar para evitar el juicio, le tendremos que evitar también un juicio social. Porque haga lo que haga estará bien. Para que la lucha contra la violencia sexual no es responsabilidad de quien la padece. No lo puede ser.
Artículo de opinión escrito por Nuria Iturbe, Directora del Servicio de Acompañamiento a la Víctima del Delito