Como entidad, reflexionamos y nos preguntamos, ¿qué surge en nuestro imaginario cuando tenemos un respiro y un entorno de seguridad? Son estos los momentos en los que surgen los miedos, los fotogramas de experiencias de dolor o sufrimiento. Y, curiosamente, aparecen cuando podemos darnos un espacio mental y relacional para poder elaborar, repensar, digerir y, ojalá, gestionar.
Esta fotografía muestra el trabajo manual de un chico de 14 años que realizó un taller creativo con otros jóvenes y un educador, en el que compartían el recuerdo de su duro viaje migratorio. En el relato del viaje afloraron sentimientos asociados al miedo, al dolor, a la confusión y también a la ilusión, la expectativa, y a la posibilidad de conseguir un sueño.
Intress, entidad social que trabaja en el tercer sector se ha sumado al reto, como muchas otras entidades, de colaborar en la acogida de estos jóvenes migrantes. Todas y todos hemos sido corresponsables de un reto social al que hemos tenido que dar respuesta en un tiempo récord, sobre todo a partir de este verano. Nuestra pregunta diaria es: “Y, ¿ahora qué?”
Estos jóvenes sin referentes familiares han venido a quedarse y a cumplir un sueño de mejora de su futuro. Entonces, ¿cómo podemos favorecer los procesos de integración y hacerles un lugar al que tienen derecho? No lo olvidemos, en nuestra sociedad del benestar, creemos y trabajamos para la igualdad de oportunidades.
¿Cómo favorecemos los procesos de sensibilización en nuestra sociedad? Esta evolución tiene que permitirnos entender que si ofrecemos los recursos adecuados, estos chicos y sus vivencias nos aportaran valor, ampliarán nuestra mirada, enriquecerán nuestra cultura y nos permitirán llegar a una mayor salud social: con tolerancia, respeto y empatía.
Y, mientras todo esto para a nuestro alrededor, debemos comprender, aprender, escuchar y aceptar que ya están aquí. Necesitamos afrontar esta nueva realidad y que ellos mismos afronten sus dificultades desde la exigencia y su responsabilidad, evitando la mirada de intolerancia social que tiene su colectivo para no hacerles doblemente víctimas de su proyecto migratorio.
Los jóvenes que no tienen referentes familiares una vez llegan a nuestros pueblos y ciudades tienen que poder ser acogidos y vivir, a pesar de su situación excepcional, de la manera más normalizada posible. Tienen que aprender códigos sociales y de convivencia en sus nuevos contextos a la vez que desarrollan recursos personales para poder dar respuesta a las responsabilidades que se les exigen. Porque trabajar con la infancia y los jóvenes que han sufrido nos demanda, como sociedad del bienestar, unas respuestas claras de implicación, compromiso y consenso. Todo ello es una tarea que implica tiempo y paciencia por ambos lados y que atañe a todos los órganos de la administración y la organización civil.
Nuestro reto es el de acoger a todas y todos los jóvenes sin referentes familiares y no podemos dejarles sin una primera atención y seguimiento. Y, mientras tanto, ¿les hacemos un lugar desde la exigencia, la oportunidad y el respeto, pero promoviendo también la integración?