Autoras: Cristina Caso Chamorro y Concepción Méndez Martínez
En recuerdo de Ana Frank, niña judía de 12 años que vivió confinada junto a su familia durante 2 años y que fue capaz de trasladarnos con su Diario la capacidad de sobreponerse a la adversidad, dejando por escrito su visión positiva de aquella situación, sin rendirse ni renunciar a sus más íntimos anhelos.
Mientras se ha hecho viral en redes sociales el mensaje que reconoce el papel de mujeres presidentas de varios países con la Sra. Merkel a la cabeza, y se resalta su capacidad de organización y minimización del daño del Covid 19 en sus respectivos estados, surge en nosotras el orgullo y la alegría por tan merecido reconocimiento a mujeres valiosas, sabias y capaces. Al mismo tiempo, echamos de menos el reconocimiento y gratitud a las mujeres que tenemos al lado. Hay miles de mujeres, las que pueblan nuestras ciudades y barrios, las que dinamizan y ponen en marcha la realidad de cada casa. Heroínas a las que nadie aplaude al acabar el día.
Esta pandemia está teniendo consecuencias psicológicas para todas y todos. Desde un aumento considerable de la ansiedad, -derivada del aislamiento y de la incertidumbre, entre otros factores-, depresión, hasta otros trastornos psicológicos que están debutando, con el paso de los días, con una mayor intensidad. Pero todo este impacto, por supuesto, tiene diferencias de género sustanciales que agravarán las desigualdades previas.
Los datos nos revelan que los hombres ven más afectada su salud en esta pandemia (en España han fallecido el doble de hombres que mujeres), también son los que más conductas de riesgo suelen tener, sin embargo, son las mujeres las que tienen un rol más peligroso y expuesto, y también las que han soportado una mayor carga.
Las mujeres representan el 74,2% de la fuerza de trabajo en el sistema sanitario, lo que las sitúa en primera línea de exposición, más si cabe, en estos momentos de crisis sanitaria. Los cuidados esenciales para atajar esta pandemia no se limitan exclusivamente a este ámbito, sino que se extienden al ámbito escolar donde el 79,1% del profesorado de la enseñanza no universitaria es mujer y han sufrido la sobrecarga y doble exigencia de simultanear el rol profesional y el personal. Las profesiones de cuidados (menores, mayores y personas dependientes) son ejercidas en un 90% por mujeres.
Muchas de estas mujeres se sienten sobrepasadas con la mayoría de las tareas domésticas, con el cuidado y el seguimiento de la enseñanza escolar de sus menores, con su propio trabajo –si es que siguen conservándolo-con la animación y el entretenimiento de sus pequeños/as, con el cuidado de personas mayores o dependientes y con los conflictos domésticos generados y acentuados por la situación de confinamiento. Todo este trabajo no remunerado que, en un 68% es realizado por las mujeres, confirma que los estereotipos y roles de género se han visto reforzados durante el estado de alarma.
Esta pandemia, nos dejará también un aumento de la precarización laboral, despidos, reducción de salarios…, muchas de las personas afectadas son mujeres, especialmente las de mayor edad, menor cualificación, migrantes. Ante este escenario tan desolador, muchas mujeres recurrirán a la prostitución, obligadas a trabajar en las calles, sometidas al abuso de sus prostituidores, más clientes y peores condiciones. Abuso y violencia es lo que les espera a las víctimas de trata, aumentando la vulnerabilidad de muchas de estas mujeres doblemente discriminadas: mujeres, migrantes, pobres.
Todas estas realidades van de la mano de un aumento de la violencia de género y sexual en el ámbito doméstico, ya que el confinamiento ha ofrecido el escenario ideal para que esto se produzca: aislamiento e impunidad. Para las víctimas es más difícil salir, pedir y obtener ayuda, moverse. La violencia de género ha aumentado un 36% con respecto al mismo período del año anterior. Las casas de acogida están colapsadas. Los procesos judiciales iniciados por las mujeres han quedado en stand by. Al tiempo que se verán perjudicadas por nuevas medidas como el Real Decreto Ley 16/2020 que prevé resolver por procedimiento sumario, entre otras cuestiones, las reclamaciones para bajar las pensiones de alimentos o compensatorias por las que se verán afectadas fundamentalmente las mujeres y las criaturas bajo su custodia.
Mujeres que no podrán volver a su trabajo en el servicio doméstico, única opción laboral para ellas, porque sus empleadores tienen miedo de contagiarse; las que han sufrido todo tipo de violencias durante el confinamiento, aisladas de amigos y familiares expuestas y a merced de sus victimarios. Mujeres que han soportado el confinamiento en infraviviendas, locales e incluso trasteros, o en la calle, muchas de ellas sin agua, ni luz, o aquellas con algún tipo de patología mental sin control de la medicación o actividad rehabilitadora, y las que perteneciendo a grupos de riesgo, han aceptado un empleo en un supermercado para poder alimentar a sus hijos/as.
¿Cuidados? ¿Conciliación?
Nadie pensó en ellas cuando se diseñaron las medidas de confinamiento y nos topamos de frente con la monomarentalidad .
A Tatiana la increpaban en la cola del supermercado y le impidieron acceder a él porque llevaba a sus dos hijos de 3 y 6 años con ella. ¿Dónde, con quién, iba a dejarlos? Claudia tiene un hijo de 12 años con autismo y la insultaban desde los balcones por salir a dar un paseo con él, pues tenerle encerrado en casa durante tantos días, era un infierno para el chico y para ella. ¿Alguien tuvo en cuenta estas y otras realidades?
La vida de las criaturas también cambió de un día para otro. Para ellos, el hecho de no tener contacto con amigos y profesores (figuras clave para ellos/ellas más allá de la familia), no haber podido salir a la calle con normalidad durante muchas semanas y ahora hacerlo con una distancia de seguridad – sumado al miedo que pueden absorber de sus principales figuras de cuidado-, puede ocasionar síntomas de estrés agudo y ansiedad. Vemos que esto se manifiesta en dificultades para dormir, aparición de tics, regresiones, irritabilidad.
Toda esta situación se agrava cuando los niños y las niñas se encuentran en entornos deprivados y vulnerables, afectados, entre otras pobrezas, por la de no tener Internet en sus casas. Este hecho paraliza e impide su aprendizaje y el contacto con su red familiar, dejándoles totalmente aislados y sumidos en un clima doméstico a veces conflictivo. Todas estas experiencias vividas, más la incertidumbre que genera el confinamiento, modifican las estructuras cerebrales y tendrán repercusión en la salud mental de los/las pequeños/as.
A pesar de todas estas circunstancias que conseguirían abatir a cualquiera, las mujeres siguen demostrando, una vez más, ser una fuente inagotable de resiliencia. Aun en las condiciones más extremas, siempre hay vínculos familiares rescatables, valores y principios que defender, proyectos más o menos viables de futuro que abordar, ellas son portadoras de una cultura con sus ritos y costumbres y a todas les gustaría contar su historia.
Son mujeres que no se rinden, mujeres que han demostrado y demuestran la capacidad de sobreponerse a la adversidad vivida y están reinventando nuevas herramientas y habilidades para lidiar y transformar esta nueva realidad: escuchándose más a sí mismas, tejiendo redes de apoyo entre ellas, y ayudándose colectivamente en sus procesos curativos. Con un poco de ayuda, pueden llegar a encontrar esa habitación propia y liberarse a través de ejercicios de relajación, de autocuidado y de introspección; y expresar sus emociones cambiando culpa y vergüenza por la defensa de su identidad, autoestima, valores y principios.
También los niños y niñas al igual que sus madres, están desarrollando sus estados de resiliencia. Los niños y las niñas suelen ser más proactivos en la resolución de problemas, eficaces, más flexibles y sociables; son capaces de construir su vida reforzándose en experiencias positivas y de mostrar control ante los acontecimientos cotidianos conflictivos.
Han sido capaces de seguir sus clases, aun con medios muy precarios. El confinamiento ha desatado su creatividad, su alegría, inventando bailes o complejas coreografías, diseñando nuevos juegos para compartir entre todos, nuevas reglas: cocina y aplausos en familia. Las madres y sus criaturas se están re-descubriendo y están aprendiendo a jugar juntos/as, a compartir emociones y a regularse; porque entre ellas/os sí están permitidos los abrazos.
En esta ecuación faltamos nosotras, también mujeres y profesionales en una relación de ayuda, acompañando en la distancia, aprendiendo a mantener la calma cuando al otro lado del teléfono se hace el silencio o el llanto, regulando emociones con nuestra voz, emocionándonos con ellas, sin perder el sentido del humor que a muchas les caracteriza, confirmándolas en su afán por superar las dificultades y apoyándolas en sus nuevos retos.
¿Qué nos vamos a encontrar ahora?
Una nueva realidad, que es también una oportunidad para cambiar las cosas, y que requiere de todos y todas solidaridad, creatividad, proactividad.